El coronavirus está siendo utilizado como pantalla para tapar y justificar más atropellos sobre las clases humildes y trabajadoras. Es la excusa para despidos y bajada de los ya precarios salarios, se pretende explicar a través suyo la crisis, la quiebra a escala planetaria de los mercados y la precarización de la vida de los trabajadores. Pero esta crisis ya estaba anunciada y prevista desde mucho antes.
Sucede esto de una forma inesperada pero no inédita, y pone de manifiesto el poco interés de la mayoría de los gobiernos (hay pocas excepciones) por sus ciudadanos, permitiendo a grandes magnates de la industria y del saqueo mantener sumas inconcebibles en paraísos fiscales y sus sanidades públicas totalmente desabastecidas (algunos de estos “patriotas” hipócritamente hacen donaciones millonarias de menos del uno por ciento de lo que roban). Es un momento del que si todos nos empeñamos se pueden sacar grandes enseñanzas.
La solidaridad, la empatía, la comunicación la colaboración con el otro puede ser la mejor vacuna. Que por el aislamiento sanitario del momento no aceptemos infantilmente, de forma natural, que nos lo transformen en el mayor peligro: el aislamiento social, el sálvese quien pueda, máxima del individualismo y terreno fácil para un mayor y mejor asentamiento del capitalismo.
Hay una quiebra visible de los valores. Tanto creyentes como no creyentes es momento de desterrar el egoísmo. Los unos a través del Evangelio: “Yo os aseguro que un rico difícilmente entrará en el Reino de los Cielos. Os lo repito, es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja, que el que un rico entre en el Reino de los Cielos”. Otros por sus valores filosóficos y políticos: “Si la riqueza se concentra en el capital, será necesario algún tipo de democratización del capital.”
En estos momentos dramáticos la solidaridad es más importante y necesaria que nunca al ser uno de los valores humanos más valioso al poner de manifiesto los sentimientos de ayuda para salir adelante. Es aquello oculto, tantas veces ausente, que aparece en el momento preciso para mantener unidas a las personas en momentos de catástrofes o guerras. La solidaridad es un acto social y a veces la base de partida para encontrar otros valores; como la pertenencia a una clase, a un lugar, a la necesidad de una lucha común por una misma causa más justa y al mismo tiempo, en sí misma, es una acción que permite al ser humano mantenerse con unos mínimos de dignidad.
Gracias a la solidaridad y con el inestimable apoyo de algunas asociaciones y ONGs, que se esfuerzan y consiguen obtener apoyos, que organizan y coordinan su distribución, es posible extender una mano a aquellos que resultan seriamente perjudicados en este tipo de situaciones de las que no son culpables y no es fácil salir. Pero esta labor importantísima no sería entendida, si se limita a la labor de recaudación y distribución de las ayudas. Las ONGs y otras asociaciones públicas, privadas o de otra índole, están moralmente obligadas a instruir a estas personas, que reciben la ayuda y que no sepan o entiendan la razón de su problema. Las cosas no son así por designio de los cielos, las cosas tienen un porqué y una solución, no siempre fácil pero la tienen. Hoy esta plaga que nos azota y espanta, acabará. Tendrá un final y tal vez aprendamos a vivir mejor. Pero hay que ser muy conscientes de que sin luchas nada nos van a regalar. Que los miserables se aferrarán hasta el último instante a sus monedas y que querrán deshacerse de los pobres, de los indios, de los negros, de los viejos que hoy ya no producen y son una carga social, de todos los pobres de la tierra sin importarles, pues ya lo saben, el por qué son pobres.
*Juan Blanco Noriega